viernes, 1 de julio de 2016

Te dormiste otra vez



El galló cantó. Despertaste en la madrugada y preguntaste: ¿qué soy?. Tenías la garganta seca y ese dolor de pecho que, por las noches, a veces lo hace saltar a uno de la cama y comenzar a temblar, pero no de frío. Otra vez ese mismo sueño, piensas: ¿cuántas veces más?. No sé, últimamente no sé nada, llevo meses perdido y divagando, cual botella de plástico en el océano: no sabes a dónde irás a parar, pero tampoco te importa. ¿Habrá sentido alguna vez algo así?, te preguntas; sin embargo, siempre las preguntas a esa hora son un innecesario diálogo con el silencio. "Qué cursi, carajo", te dice una voz dentro de tí. Miras al techo. Sí, hace un frío de mierda. Te cubres con la colcha y no puedes dormir.

Otra vez has dejado el televisor prendido y en la pantalla titilea -en pausa- tu juego favorito: te dormiste en la parte más interesante. Suele pasar. Son cosas de la edad. Antes, dormías tres horas no más e ibas entero a dictar cuatro clases seguidas, como un vendaval. Después, venías durmiendo como un búho en el micro, con la cabeza colgando, pero eso ya era más por costumbre que por cansancio. Extrañas las cosas extrañas. De hecho. Ya no eres el mismo. Tal vez has desarrollado una especie de afección por los pequeños elementos que te va desintegrando el sentimiento de a pocos. Así, vas coleccionando detalles minúsculos que se te van clavando como astillitas en el corazón y que ahora forman parte de ti. No te miró, no te habló, no te saludó, no vino, no sabe que estás ahí, no te saca el rastro. No le has ganado a nadie, ni en la play. Ya duerme, mierda. La voz de tu sentido de la responsabilidad cada vez es más grosera, pero le atina, vaya a saber cómo. No eres nadie, no has sabido ganarte a nadie, por eso esa cama te queda grande todas las noches.

Nuevamente ese sueño acojonante. Estás caminando por la playa y aparece ella de espaldas, clavada en la arena como un espantapájaros, como esperando a que suba la marea. Bella, vas, le hablas, ¿quién eres?, no se acuerda de ti, das media vuelta y te vas por donde viniste: qué palta. Se repite la misma escena en distintos parajes, a veces es un centro comercial, mientras hace su cola en Metro para comprar los 3x2 de esos productos que no va a consumir sino todavía dentro de un mes, como mínimo. Repites el mismo proceso y nada, como si ya todo estuviera programado dentro de tu cerebro. Otras, está esperando su bus, caminas hacia la estación y ni se da cuenta que estás ahí, le preguntas algo y te desconoce. En algunas variaciones, si somos exquisitos, hasta huye corriendo al ver tu cara. Al menos esta vez no fue así, piensas. Ya está, eres un fantasma, ¿no te das cuenta?, desahuévate. Entonces despiertas en el acto y siempre el mismo resultado: lágrimas, confusión y un frío de mierda congelando los pies y todo. No te dejas dormir.

En casos más extraños estás en una mesa de ese restaurante caro que probablemente le podría gustar. Observas el reloj de tu muñeca y sigues esperando a que llegue para pedir la carta y tratar de impresionarla con su plato favorito, lo que ya has averigüado y te hace sentir orgulloso. De pronto, llega relampagueante y llama al mozo, sin saludarte. "Tráeme esto y lo otro, con un poquito de esta crema y con este trago para digerir". Una diosa de la memoria, ¿solo para lo que le conviene?. "Y tú, ¿quién eres?". Estoy esperando a alguien, te dice, así que por favor. Inmediatamente lo entiendes: para ella no eres alguien, eres nadie. "Eso es algo al menos, ¿no?, al menos 'soy'. A nada...". Pinche conformista, ni sabes lo que vales, mereces lo que te pasa.

Todo esto es nada a comparación de cuando este repitente sueño se convierte en pesadilla. Aquellas veces te quedas mirando el techo toda la noche, espantado, tratando de recrear algunas de esas escenas que se trabajaron en tu mente como un film por varias noches. Mientras, te aferras a tus sábanas de una forma increíble y solo dejas ver tus ojos tras ellas. Esas ocasiones no la percibes y es ella quien viene hacia a ti. "Tranquilo, no pasa nada, todo va a estar bien". Estallas en llanto y hay abrazos, pero en el fondo sabes que todo es un engaño. "Estoy aquí, ¿no era lo que querías?. Vamos, cambia esa cara, no seas tonto". Te habla como si te conociera, como si supiera que estuviste esperándola, pero en el fondo sabes que no conoce nada. No importa, en ese momento eres feliz, lo que el sueño dure, al menos. Luego, despiertas asustado, sabes que todo es mentira. Esos sueños son los peores, una estafa mental de aquellas. De verdad, piensas, ojalá pudieras arrancar de los sueños a ciertas personas. Vaya pa' allá, tremendo masoquista me saliste.

De tanto soñar los detalles, a veces hasta llegas a diversas conclusiones sobre qué eres. Planteas varias hipótesis. Eres aquel mensaje de texto que te envía una vez al día, cuando se olvida de olvidarse de ti. También, eres el chicle que, incómodo en su boca, no sabe dónde pegar para dejar de masticarlo, porque ya se hartó. Además, los diez centavos que olvida en caja cada vez que va a Metro y por los que nunca va a reclamar. Más claro, el papel de regalo que guardó, solo porsiacaso -ya sabes- tenga alguna emergencia y no haya con qué cubrir un obsequio barato para una fiesta. Casi, definitivamente, el desconocido que llegó para ser eso, un desconocido. Encontraste tu lugar en el mundo, debajo de su taco. Tremendo sonso, eres.

Sabes que siempre seguirás pensando en lo que pudo ser, te atormentará ese futuro imposible. Mientras eso pase, envejecerás, te quedarás dormido, dejarás la televisión prendida, la soñarás de nuevo por enésima vez y seguirás teniendo el mismo frío de mierda. La cama seguirá quedando grande, esa mesa nunca será para dos y tampoco te saludará en la estación. No importa, te gustan los finales tristes y así está bien. Te gustaron sus mentiras, compadre. Acéptalo de una vez, no seas nena.

No siempre se gana, pero vaya que le has cogido el gustito a perder. Héroe sin capa, aquellas derrotas te encantan y son tu especialidad, ¿o me vas a decir que no es así?

Aunque eso tampoco lo sabes, claro, pero seguro que lo soñaste alguna vez...




No quiero soñar mil veces las mismas cosas, 
quiero que me trates, 
suavemente.

martes, 28 de abril de 2015

Por no ver quién llegaba


Resulta curioso que justo cada abril me regrese la valentía de sentarme a escribir y espantar todos esos fantasmas que me dicen que, de una vez, incendie mis escritos para no dejar huella cuando me llegue la hora de decirle adiós a este mundo de narcotraficantes de sentimientos, modelos del vacío mismo e individuos infectados por la doble moral.

No obstante, lo que quería contar no tiene nada que ver con mi incapacidad para escribir textos interesantes. En realidad, el germen de este relato nace de una mera casualidad, al igual que muchas situaciones en esta vida.

Como todo buen o mal recuerdo, parte de una canción. La otra vez escuchaba a Soda Stereo y recordaba mi primer concierto tributo al que asistí, mientras rememoraba las letras del disco Sueño Stereo, me preguntaba qué había sido de un amigo que, de la nada, se borró del mapa y que, hasta la fecha, no sé que le habrá ocurrido, porque se esfumó así sin más, cual abducción alienígena. Andaba con esa idea en la cabeza, ¿qué motivos desconocidos pueden llevar a una persona a alejarse de tu vida o alejarte de la suya? No me cuadró ninguna de las teorías que me planteaba y simplemente cerré el libro de mis pensamientos, hay respuestas que nunca serán respondidas, pensé.

Pasaron unos días y ya casi me había olvidado del tema, andaba pensando en asuntos laborales y libros para la tesis cuando subí a un autobús y, para variar, no había asiento, así que tuve que andar aferrado a los andariveles del bus, como un mono en sus lianas de esta selva, llamada Lima. Después de estar varios minutos ahí confundido entre votantes de Castañeda, me percaté que un personaje que estaba frente mío se prestaba a hacer una llamada telefónica con su celular a una de estas empresas estafadoras que monopolizan nuestras telecomunicaciones. El sujeto hablaba y se prestaba a hacer un trámite (a la gente le gusta estafarse solita) y, como requisito, le pedían que dé su nombre completo, detalle que oí apenas, entre los aullidos de alguna cantante de una radio caribeña, y que hizo que se agudizara mi sentido auditivo. Esta persona era nada menos que el hermano de aquel amigo que perdí, lo supe porque reconocí inmediatamente su peculiar apellido. Entonces, los fantasmas volvieron y el acertijo atormentó mi mente otra vez: habría que encontrarle alguna explicación a lo sucedido.

Volví a barajar años pasados cuando, la casualidad como siempre, nos reunió en circunstancias inesperadas. En aquel cumpleaños de nuestra amiga en común, que ya no es más mi amiga (¿seguirá siendo de ti?) y que ya daba muestras de su verdadera naturaleza superficial y convenida. Recuerdo que nos aplastaba el aburrimiento a todos los que ella ignoraba, como una colilla de cigarro pisada (mira que invitar a alguien a tu fiesta solo para recibir su regalo y luego dejarlo de lado es de mala educación), éramos un gremio de invitados disconformes con la actitud de esta dama que, sin serlo, se daba aires de grandeza por poseer una casa bonita con un par de cuadros bambas comprados a tricicleros. Los aburridos del rincón decidimos entonces, por decisión unánime, terminarnos los tragos que buenamente habíamos llevado como ofrenda para la invitada y así, de alguna manera, sacarnos el clavo del mal rato que veníamos pasando. Cuando el alcohol se terminó, el ambiente se enturbió y la disconformidad estaba a flor de piel, no faltaba el desadaptado que quería tumbar la fiesta o el que ya estaba devolviendo su cena en alguna de las macetas de aquella terraza. En ese momento, Sé (por ahí iba su nombre) se abrió entre el tumulto y contestó su celular, Sé se había mostrado como una persona muy sociable, con un oído fino para los chistes y con una actitud envidiable de sacarle el dedo medio a todo lo que no le parecía, a su buen criterio. Regresó y nos hizo un gesto para que nos acerquemos y luego decirnos a mi y a mi amigo que me acompañaba ese día: "Vámonos de este lugar de mierda, déjala que se pudra con su tono de universitarias y universitarios aguantados, vamos por un buen par de chelas a otro lugar". Recuerdo que asentimos con la cabeza ambos y nos fuimos los tres, sin siquiera despedirnos, de aquella guarida de la farsa a la que nunca volvería otra vez, hasta la fecha.

Llegamos a esa disco de medio pelo (y ahora voy recordando), nos contó que su hermano se encargaba del marketing de aquel lugar (claro, el mismo al que estaban estafando por celular en el bus) y que podíamos pasar gratis (uno ya era humilde en aquellos tiempos, donde las monedas escaseaban y pagar una entrada como esas dolía) con tan solo una indicación de él. Ya adentro, fue directo a la barra y, tras saludar a mucha gente del lugar, nos unió a un grupo de sus amistades y nos puso unas cervezas bien heladas. Así fue como, entre conversaciones varias, nos hicimos patas.

Después de aquella vez, nos volvimos a reunir con otras amistades de su entorno en otras oportunidades. Yo siempre era bien recibido, pese a que a veces solo llegaba con mi pasaje en la mano y con un nudo en la garganta cuando me pedían para la chancha: "No tengo, compadrito". Sé, siempre se hacía cargo y apadrinaba a diestra y siniestra, movía a su gente con criterio, pero con mucho respeto, trataba de darle lo mejor a todos y eso es lo que yo valoraba, nadie se quedaba nunca fuera de su vista, era como un halcón que estaba en todas.

No obstante, los buenos tiempos no podían durar para siempre, así fue que su hermano decidió despedirse de esa disco (que de vez en cuando todavía trae a algún desubicado de la tele) y poco a poco dejamos de ser visitantes asiduos de ese lugar. Sé, además, comenzó a pasar por una etapa difícil de su vida, tuvo que dejar de estudiar para ponerse a trabajar en una tienda donde vendía ternos usados como si fueran nuevos: "Los dueños son la cagada", me decía, "no me sorprendería si me entero que algunas de estas telas se la sacaron a algunos finados y vienen directamente importadas de algún cementerio local". Se reía y se quejaba: "Estamos en un país de mierda, todos nos preocupamos por querer ser más vivos que el otro, pero no nos preocupamos por la gente que de verdad nos quiere". Y cerraba: "A mi dame para vender cualquier cosa y te la vendo, ternos, zapatillas, hamburguesas, lo que sea, pero lo que no venderé nunca son mis sueños y mi conciencia". De vez en cuando te las pegabas de filósofo popular, mi estimado Sé, ahora lo sé.

Todavía recuerdo que, cuando te conté que estudiaba Literatura, me dijiste que pensabas que era un loco de los cojones y que me creías un valiente entre un mundo de personas que no se atrevía a hacer lo que de verdad quería. A veces soltabas: "La gente se orina en los pantalones, compadre, prefieren hacer cualquier cosa que les dé billete antes que luchar por su felicidad, por eso todo el mundo vive a la defensiva, resentidos consigo mismos". Yo a veces le daba la razón, pero no me gustaba recibir muy a menudo esos halagos alentadores porque nunca sentí que yo fuera lo máximo. Recuerdo esa vez que me mostraste tu pequeño blog, con algunos pequeños fragmentos de reflexiones, todas muy bien cuidadas en el sentido y con muchas frases que dejaban mucho para pensar, no te importaba manejar una ortografía del carajo porque sabías lo que decías, y eso era el verdadero sentido de escribir para ti: "Sé muy bien lo que digo, pero no siempre se lo digo a quién debería, ese es mi problema". De ahí, aprendí a que uno nunca debe guardarse palabras frente a las personas que de verdad le importan, ya sea para bien o para mal. Ahora que hace un tiempo ya terminé la carrera y todo, de vez en cuando recuerdo tu amistad como un aliento ante la difícil decisión de dedicarme al mundo de las letras, que enfrentaba en aquellos años.

Y hablando de casualidades, recuerdo que las últimas veces solo nos cruzábamos por mera coincidencia: en algún centro comercial, en la estación del bus, en algún viejo bar. Conversábamos poco y el hola y chau era recurrente, debido a cómo se daban las situaciones.

A pesar de todo, la última oportunidad que nos vimos fue cuando asistí a aquel tributo del que hablé al comienzo. Fui solo, como de costumbre, y mientras caminaba confundido entre la gente, en búsqueda de una cerveza, escuché un silbido que me hizo voltear la cabeza casi de inmediato. Era el Sé, en la platea, con una mesa reservada junto a otras amistades. Me invitó a subir, compramos unas jarras de Pilsen y calentamos la garganta para lo que fue una noche tremenda coreando los temas de Soda. En los descansos me ibas contando detalles aislados de cómo te iba, que te mandabas muy en serio con tu chica pero que ella era muy celosa, que ya habías regresado por fin a estudiar al instituto, que ya no podías salir como antes porque ella tomaba cualquier detalle como excusa para discutir, que cada vez tenías menos amigos, que extrañabas los viejos tiempos pero que ya era momento de sentar cabeza con ella, porque, de hecho, la querías de verdad y era tu presente - futuro. Admiraba esa determinación tuya, Sé, pero debo admitir que me di cuenta que en el fondo escondía algo de tristeza, cierta de resignación por no poder ser como querías. Cuando salimos todos del local recuerdo que me dijiste: "Faltó que toque 'Planta', ya será para el próximo tributo, mi hermano". Entonces estrechamos manos por última vez (sin saberlo) y yo fui derechito a mi casa a volver a escuchar mis discos de Soda uno por uno nuevamente, porque la canción que dijiste era una que todavía no me había aprendido de memoria (si vieras lo ceratiano que soy ahora, seguro entraríamos en uno de esos debates extraños sobre sus canciones). Quién iba a pensar que el año pasado Gus se nos iba a ir luego de tanta agonía, Sé, supongo que ambos sufrimos la pérdida de nuestro cantante favorito a la distancia, inmersos en la tristeza.

Lo último que me enteré es que esa noche habías cambiado una visita a tu enamorada por volver a corear las canciones de Soda en ese bar antiguo y maloliente. Uniendo cabos, llego a la posible resolución de que ella supo del asunto y se indignó tanto que te obligó a borrarnos a todos de las redes sociales y de tu vida (aunque seguramente lo hizo ella misma, creo que alguna vez me mencionaste que tenía todas tus claves para espiarte). Lástima que, tarde o temprano, al parecer uno termina siempre vencido por esta ciudad maldita; y así, ya sea por amor o por odio, pude verificar que nadie esta libre de perder a un amigo o un ser querido para siempre, aunque uno no haya hecho nada malo para merecerlo.

Entre los amigos que perdí, que seguramente son muchos, pocos son los que pude despedir por última vez. A todos ellos, más a los que nunca volví a ver, los recuerdo con nostalgia, por las lecciones que me dejaron y más por las que compartimos. 

Solo espero que recuerdes que, allá donde estés, más feliz o triste que antes, un viejo amigo te recuerda, cada vez que Cerati suena en alguna parte.


Sé feliz.



jueves, 17 de abril de 2014

La soledad no tiene quien la escriba




Sé que esto muy bien podría ser una carta de despedida cualquiera, de muchas que habrán alrededor del planeta. Sin embargo, ¿cuánto nos toca a cada uno en el fondo esta pérdida? ¿Cuánto nos quema las entrañas la ausencia? Ello es algo difícil de calcular. Para algunos fue tan solo una simple noticia que merece compasión absoluta, de aquella fingida y ceremonial que siempre tenemos cuando una persona se marcha de este mundo: "Fue una buena persona". Para otros, significa poco o nada: ¿Quién será ese? ¿A quién le ha ganado? Otros sufren en silencio, agachan la cabeza y lloran abrazando sus libros, contagian nostalgia de tanto quebranto, buscan la respuesta a su partida en las hojas de un libro que solo les devolverá más añoranza: Entonces el ciclo se repite, sufrir en silencio, agachar la cabeza...


Yo debo estar entre esa gente que leyó por casualidad a Gabriel, cuando en los pininos de mi inocencia se me asomaba la Literatura como un monstruo que empezaba a conocer, entonces, me entregué a sus letras en algún salón de colegio, donde se leía poco o nada. Ya sea por obligación o por travesura, me fijé como meta seguir sus pasos, algo que mal que bien jamás pude lograr o lograré. No obstante, dejo estas pequeñas letras como constancia de mi esfuerzo, que tal vez aplacará un poco el dolor que me embarga.

Recuerdo que de pequeño mis padres siempre me llevaban a Amazonas a buscar libros, algunos a pedido del colegio y otros porque yo, mintiendo, decía que nos los habían solicitado para algún control de lectura misterioso que nunca daría. Mi sed por la lectura apenas si comenzaba, y encontraba en algunos autores como Mario Vargas Llosa o Julio Cortázar mis objetivos claros. Obtener todo lo que se pudiera de ellos era una obligación para mí, pese a que mis papás poco caso me hacían porque, se daban cuenta, eran libros que según ellos eran imposibles que yo pueda devorar. Entonces me conformaba con alguna que otra revista o libros de auto-ayuda que ellos elegían para darme algún consuelo, y yo, como pobre lector que soy, aceptaba sin chistar porque era la suerte que me tocaba.

Pasaron los años, conforme fui ganando independencia y reuniendo dinero, mis visitas a ese rincón de los libros olvidados y rematados se fueron haciendo cada vez más frecuentes. Ya no me importaba si lograba o no conseguir un libro, simplemente me bastaba con oler el aroma a libro viejo y a polilla empachada para sentirme satisfecho. ¡Qué buenas épocas! Solía regresar sonriendo a casa, a veces con las manos vacías, lo sé, pero con una mueca de oreja a oreja que mis padres nunca terminaron de entender. ¡Te estás volviendo loco por los libros muchachito! Me dijo una tía, una vez que mi madrina me invitó a su casa y en su biblioteca me dijo que eligiera los libros que quisiera. Yo simplemente los quería todos, entonces, le pedí un saco para llevármelos.

En esa oportunidad no logré hacerme de todos los textos como me había propuesto, pero ella me regaló un libro que hasta ahora guardo y aprecio con mucho cariño (quizás ella ni se acuerde). Un ejemplar de "Crónica de una muerte anunciada" de Gabriel García Márquez, libro que, soy sincero, hasta la fecha no he leído y no me da vergüenza admitirlo: los placeres de algunos libros solo están destinados para una que otra persona, y siempre creí que el de este no era para mí. Sin embargo, lo recuerdo bien, un libro algo apolillado, de hojas mostazas, ya por el tiempo de uso, y con una singular peculiaridad: un código de biblioteca. Así es, al parecer ese libro mi tía lo había obtenido de alguna forma ilícita o simplemente se había olvidado de devolverlo. Mal que bien, el regalo fue recibido por mí con prestancia, pese a que jamás volví a entrar a esa biblioteca, no sé si por miedo a perderme en ella o por propia niñería mía.

Ya andaba en los últimos años de colegio cuando mis viajes a Amazonas y el centro de Lima se hacían cada vez más frecuentes. Comenzaba con una caminata por las viejas tiendas del centro comercial, donde husmeaba entre los libros como un pericote ondulado y, tras encontrar mi queso (libro), escapaba hacia un paseo que había cerca del río Rímac. Ahí, me sentaba a leer lo que había conseguido mientras escuchaba al río cantar. Luego, a veces se me ocurría sacar lapicero y cuaderno para apuntar algunos pensamientos que de seguro eran tontos. Después, me desplazaba hasta la alameda Chabuca Granda donde me engullía una butifarra de pavo que terminaba por coronar la tarde. Eso era la felicidad para mí en aquellos años, cuando la soledad era mi predilecta en ese paseo desangelado.

En uno de esos viajes fue que conseguí "El coronel no tiene quien le escriba", libro que devoré en dos o menos días. Terminé fascinado con la facilidad que tenía este colombiano para contar sus historias. Luego, vendría "12 cuentos peregrinos", me conseguí una versión "chanchita" de uno de los clásicos de Gabriel, libro que terminaría por convencerme de mis inclinaciones hacia el cuento y las letras.

Si alguna vez intenté ser escritor o decidí a estudiar Literatura como carrera universitaria creo que fue por culpa de este hombre. Nunca lo conocí, nunca hablamos directamente, pero sí indirectamente a través de los libros. Cuando la vida me llevó al desespero en múltiples ocasiones siempre apareció Gabriel para extenderme un libro cuando más lo necesitaba. Llegarían entonces "Cien años de soledad" y "El otoño del patriarca". Previamente ya había asimilado que "Los funerales de Mamá Grande" era una obra magistral y que jamás terminaría de entender la grandeza de sus ciudades interminables y personajes entrañables.

Y así, hoy siento que se marchó parte de lo que fue un modelo para mí, con su bigote siempre desordenado y con esos lentes que miraban todo y nada a la vez. Así era Gabriel de sencillo con su gente, con su Colombia querida, donde por fin dijo adiós como la bella Remedios y partió hacia un viaje que no es más que la inmortalidad de su literatura. De él aprendí que para entrar al mundo de las letras hay que saber de todo un poco, que resignarse ante la conformidad es algo inaudito. Periodismo, Literatura, dos disciplinas que van de la mano y que, quiera o no, terminarán de marcar lo que resta de mis días, seguramente.

No hay segunda resignación sin tercera y cuando el amor se extrañe en los tiempos del cólera, pensaré que Gabriel ya lo había inventado en 1982, cuando las personas ya comenzaban a creer en la magia de su pluma al ganar aquel Nobel por toda Latinoamérica.

Es injusto que la vida sea tan efímera, que algunos otoños sean tan cortos y nos dejen tantas hojas al viento. Adiós 'Gabo', como te decían las personas que te tenían cierto aprecio, adiós Gabriel, el de las historias exóticas y tantas veces melancólicas. Solo me queda el consuelo de que ahí en Macondo, donde de seguro nos esperarás, estarás feliz de ser recibido por todos los Buendía. Y yo, como alguien que se enamoró de tus páginas, reavivaré la llama de literatura que alguna vez encendiste en mí, cuando vuelva a empapar alguna página con tinta o lágrima escapada...


Trató de tener los ojos abiertos, pero lo quebrantó el sueño. Cayó hasta el fondo de una substancia sin tiempo y sin espacio, donde las palabras de su mujer tenían un significado diferente. Pero un ‘instante después se sintió sacudido por el hombro.
-Contéstame.
El coronel no supo si había oído esa palabra antes o después del sueño. Estaba amaneciendo. La ventana se recortaba en la claridad verde del domingo. Pensó que tenía fiebre. Le ardían los ojos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para recobrar la lucidez.
-Qué se puede hacer si no se puede vender nada -repitió la mujer.
-Entonces ya será veinte de enero -dijo el coronel, perfectamente consciente-. El veinte por ciento lo pagan esa misma tarde.
-Si el gallo gana -dijo la mujer-. Pero si pierde. No se te ha ocurrido que el gallo pueda perder.
-Es un gallo que no puede perder.
-Pero suponte que pierda.
-Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso -dijo el coronel.
La mujer se desesperó.
«Y mientras tanto qué comemos», preguntó, y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía.
-Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
-Mierda.

El coronel no tiene quien le escriba - Gabriel García Márquez

martes, 13 de agosto de 2013

La torpe manía de pensar


2012

Entonces he llegado aquí, con las mismas ganas de ser alguien. Soy el mismo distraído en este bar de mala muerte, de mala vida y suerte. Acá es donde muchos venimos a buscar la oscuridad necesaria, donde estamos quienes creemos en las viejas épocas, o en aquella frase que dice: "Todo tiempo pasado siempre fue mejor". Puede que no seamos nada más que una mancha de borrachos que se encuentran para cantar canciones desconocidas, o para acentuar las penas con bandas y grupos que nadie conoce (excepto nosotros). Porque obviamente nadie nos conoce tampoco: Somos una tiniebla de anónimos que invaden los bares, de vez en cuando.

Yo no sé qué sería de la vida si todo fuera feliz, quizás uno no vendría abandonado por aquí y se sentaría en una mesa vacía a tomarse una cerveza a solas. Claro que no. Hoy todos están tristes y solos, y nadie se conoce y nadie quiere saber nada de nadie y yo creo que fue una mala idea venir a este sitio, donde nadie nunca quiere acompañarme, porque dicen que es un lugar frío y maldito, así como yo.

Les pregunto si desean acompañarme, ¿adónde? me preguntan, a ese lugar ni a balas. Todos se niegan al oír dónde, que está muy lejos, que es muy sucio, que una persona normal no iría para allá. Creo que vivimos cargados de estereotipos inútiles que nos condenan y encadenan innecesariamente. No se te puede congelar más el alma, no temas. Eso les digo en mi mente pero sé que sería en vano porque la compañía no se ruega, se pregunta y se regala, se comparte bonito. Y como nadie quiere ir y venir, porque la flojera es grande en este mundo (y la indiferencia aun más), yo voy solo.Y salgo de mi casa pensando en muchas cosas y a la vez en nada. Y a veces, no sé, me gustaría encontrarte en la puerta del departamento esperándome con una cara de plato y diciendo está bien , vamos, todo porque cuando tomas sueltas frases tontas y alguno que otro comentario caguederisa. Vamos, vamos de una vez, que hace un frío cojonudo.

Y nos vamos de una vez, porque ya anochece y estás con apuro. Yo también me apuro porque cuando la noche cae la gente se transforma, se ven las verdaderas caras y ahí es cuando me asusto más, huyo rápidamente. Ahí es cuando uno decide esconderse en estos bares, donde todos son como son y no hay monstruos ni políticos, sino personas que solo buscan alejarse del bullicio terrible de esta ciudad pendenciera, que nos acorrala con sus luces rotas.

¿Sabes?, te comento, si las personas bebieran más y mintieran menos este sería un mundo mejor. Lógicamente no me crees, es evidente que solo me sigues la corriente porque sabes que soy un hombre resentido y que, por supuesto, cualquier motivo es pretexto para resentirme. Esa suele ser mi filosofía, ¿una forma de ser sensible y percibir el mundo? Dejarse herir por todo, tan peligroso como gratificante.

Esta noche puedo ser el loco que habla solo, pero sabe que lo escuchan. No es necesario que te crean siempre lo que dices, a veces lo único que reconforta es que alguien al menos está ahí. Nos podemos sentar en esa mesa sucia para hablar de los temas más limpios, o viceversa. Tú sabes que al final lo único que importa es la comunicación. Y claro, problemas van y vienen, al igual que las botellas, las personas y las canciones. Te das cuenta que todo puede ser tan efímero, ¿no lo viste antes? Pues sí, la música y los cuadros, mala combinación. Casi como ron y vodka, pero nada tan lindo como una cerveza. No ves el punto, ¿no es así? A nosotros nos gusta los lugares feos porque sacan lo más bonito de nosotros, y sí, aquí nadie juzga a nadie, todos somos hechos del mismo barro (y nadie le echa barro a nadie, dicho sea de paso). Es una convivencia tóxicamente sana entre seres incompatibles y solitarios.

Me preguntarás entonces, para romper el hielo, cómo fue que llegué aquí por primera vez. Mi respuesta no dejará de ser sosa y gráfica: Caí de casualidad, te diré, así como se caen los huevos de las palomas de los árboles, así. Y desde entonces regreso, porque es un buen reposo para mis penas, porque aquí la tristeza es un bien común que solo pocos sabemos apreciar (y despreciar).

Entonces sonreirás, como si hubieras dejado de escucharme hace rato porque sabes que a veces hablo hasta por los codos. Y de pronto las miradas se irán perdiendo por el humo del Marlboro que agoniza entre tus dedos, como pidiendo auxilio. Toseré un poco por la humareda y tras esa cortina sé que estarás al frente, aguantando mis malos ratos y mi gran pesimismo, que suele ser contagioso (y venenoso). ¿Sabes? Quizás nadie me conozca como tú, y eso me da miedo, porque si un día estoy por ahí pateando latas es probable de que tú sepas qué marcas pateo con más odio que otras.

Y en verdad, sé que hasta vendrías y las patearías conmigo, si fueras algo más que solo un efímero constructo de mi imaginación, cada vez que el alcohol me hace pensar.

Al final sé que solo soy yo con estas botellas, quienes mal que bien siempre han estado en las buenas y malas. Entonces, en serio no tendría nada de sentido que esté aquí otra vez, con las mismas ganas de ser alguien, y de no ser el tipo que solo se distrae con la idea de que vienes,
de que vienes,
vienes,
mientras me doy cuenta
que en realidad te vas.

Cada vez que pienso estás cerca,
solo doy otro paso hacia atrás...

domingo, 15 de enero de 2012

Un cinéfilo sin filo


Eduardo, te mando este guión a ver cómo lo escenificarías, dame una manito por favor:


Estoy desparramado en mi cama, peléandome con las sábanas por varias horas, y me he preguntado hacia el final de esta madrugada: ¿Qué tanto hacemos en este mundo inmundo? ¿Para qué hemos venido a parar a este desagüe de sentimientos? ¿Para estar solos siempre, acaso? ¿Con ese sentimiento de culpa infinito que no se define en la soledad? Solo sé que soy un huevón que le hace preguntas a la sombras, que de eso sí estoy seguro.

Es que estoy triste hasta el cogote, y no creo poder soportar otro día más como estos. Llamo a Dios por teléfono público (pues no tengo blackburro) y le digo que, por favor, me dé de baja. Ya no aguanto le digo, córtame el cablecito, cáncelame la tarjeta "Ripley". I'm out, ya no quiero sufrir más, papálindo. Abandono el negocio para fumar cigarrillos cual chino en quiebra.
Soy un deprimido de miércoles, te lo admito. De pronto ya no quiero nada, cuando alguna vez quise, alguna vez te quise...
Ayer te quise mucho más que a mi vida, en serio, y mañana te voy a odiar más que a Gisela.

Así es la vida, pues. Mira: Tienes algo y lo pierdes. Nada dura para siempre. Esas malditas frases que siempre tienen la razón me castigan la existencia. Solo quisiera hacerme el duro indefinidamente, para hacerte creer que todo está bien, que no ha pasado nada, que no me ha afectado en lo más mínimo tu cruel indiferencia rotunda. Pero es como querer ocultar mi nula simpatía, es imposible. Soy feo hasta las entrañas, aunque no lo sepas.

Por eso voy a llorar hasta el cansancio, hasta la deshidratación. No por ser feo ni por ser malo escribiendo, sino porque no te pertenezco. Voy a ser el hombre más triste del planeta, y nadie me va a ganar. Tendrás algo de mérito, por supuesto. Aunque ni te enterarás porque, de hecho, ni te interesa en lo más mínimo lo que me suceda. Así salga en las noticias o mi avión se estrelle contra Macchu Picchu , será lo mismo para ti. Así algún día escriba algo que valga la pena y aparezcan mis artículos en cualquier diario mermelero, le harás más caso a lo que suceda en "Al fondo hay sitio" que a las desgracias que puedan ocurrirme a diario. Bueno, no es que pretenda llamar tu atención tampoco... no tengo con qué, de todos modos..

A pesar de todo, no te preocupes que siempre te tendré en cuenta. Seré el malhechor que nunca pudo robar tu corazón, de cualquier forma. Ah sí, recuérdame borroso, porque si me recuerdas bien y claro de seguro te espantarás y optarás por borrarme definitivamente, y eso no es lo que queremos, ¿verdad? Somos buenos amigos después de todo, tomaremos el disfraz de la amistad para calmar la tormenta, para decir que aquí-no-pasó-nada-señores, que se acabó la función. Lo que no sabes es que el payaso se cansó de sonreír y ahora llora en su camarín. Vamos a olvidar que alguna vez creí en el amor por tu culpa y fracasé en el intento.

Dale, ambos sabemos que solo fui un experimento extraño y raro, fui una de esas trampas amorosas que te pone el destino para abrir los ojos de una vez por todas. No puedo pedirte nada, no puedo ser exigente contigo, tampoco inteligente. Solo te voy a preguntar una cosa antes de cerrar el libro:

¿Me vas a dejar solo en esta película de terror?

Pero tú no respondes, y no respondes....

Aún estoy en la sala esperando que alguien me dé una explicación.



La película terminó pero el terror jamás...


-Estimado colega, te pido perdón porque no sabría cómo lo podría trasladar al cine, te juro que moquería demasiado en la filmación, demasiado. En verdad lo siento mucho...

La política del amor



No sé cómo empezar, ni tampoco cómo terminar. ¿Será necesario tanto alboroto? Digo yo, ¿Después de tanto sacrificio ponerse a pensar en estas cosas? ¿Qué quién puso la primera piedra? Nada. Mentira. Entre dos personas no existen piedras. Hay amor, odio, hipocresía, esas cosas, pero nadie dijo nada de andar construyendo por ahí. La destrucción es lo más común, a decir verdades.

Falso. Ni yo soy Castañeda ni tú Lourdes para creernos los dueños de la mentira. No somos alcaldes del corazón de nadie y jamás aceptaste tranquilamente mis huelgas, que de por sí, recibieron la patada y la cachetada de la incomprensión desde el principio; por el simple retroceso mío al intentar bloquear la carretera del odio que me dirigías, cual puñetazo de Maicelo, directo hacia mi corazón de votador indeciso.

Este tren eléctrico nunca llegó a su meta, lo tuyo fueron solo promesas presidenciales que se perdieron al viento. A la hora de la hora nunca firmaste el acta de paz que iba a establecernos como feroces aliados ante la puñetera vida. Yo confié en ti a ciegas, confié en tu mirada ganadora y esa sonrisa poderosa, esos dos condimentos por los cuales vendí mi alma al diablo y pasé a ser el hazmereír en muchas ocasiones, pero jamás importó porque si tú ganabas ganaba el Perú, mas nunca imaginé que yo saldría perdiendo.

Recuerdos hay muchos, como yo convenciendo a mis pocas amistades o familiares que eras la mejor opción, muchas veces ganando debates imposibles a punta de frases literarias, frases poéticas que me inspiraban tu mítica hazaña. "Ah, que vosotros no sabéis a quién elegir pues la vida es sueño, y los sueños solo sueños son, voten por ella porque la llevo en mi corazón". Y entre risas y aplausos te hacía la buena fama por ahí, porque soy una persona poéticamente cojuda, que a veces se deja llevar por sus sentimientos.

Claro. Si hasta fui presidente de mesa y les decía a todos que voten por la más linda. Fui perseguido por los cachacos al intentar boicotear los votos, pues veía que perdías popularidad ante todos y eso me rompía el alma. Hice tantas cosas para mantener nuestra alianza secreta bajo siete llaves, pero pasabas desatando lo que yo ataba, ya comenzabas a darme la contra y yo ciego solo pensaba que siempre había un margen de error en estas cosas, que nada era perfecto tampoco, y que eso no me debía alarmar.

Las encuestas señalaban que eras la peor candidatura, que no debía apoyarte, todos los días mostraban los diversos fraudes a lo largo de tu carrera: Las coimas cobradas, las personas manipuladas, y yo vaya que lo intenté, jugué a ser rebelde por ti, y lo pagué caro. La multa que me cayó fue inhumana, pero me sirvió de lección. La próxima vez elegiré con la mente y el corazón, porque no hay voto más sabio del que lo piensa dos veces.

Mira, yo no creo saber mucho de amor ni de política; sin embargo, sé que para ganar en ambos hay que ser un gran sinvergüenza.
Decir muchas mentiras para quedar bien, sonreír todo el rato para disimular, esas cosas no van conmigo pero que aprendí de ti, como sin querer queriendo.

Y que alguien me perdone si ahora te revoco (o te evoco,o me equivoco) mientras pienso que la vida puede ser cruel. No soy un analista experto en coyuntura política, ni mucho menos en estructura social, tampoco un filósofo existencialista, claro que no. Solo soy un ciudadano que decidió dar un paso adelante y sacar su propio partido, fundar su propia ideología de la vida y del amor, sin interés alguno en recompensas.

Es así que ahora competimos, cuando antes fuimos compatibles. Qué incompetencias del destino nos llevan a esto.

Cuando ganes mándame a la cárcel, ¿sí?
Así derrepente se me va la mala costumbre de escribir cosas tontas.



Más allá de todo seguiría votando por ti.

No porque seas la mejor,



sino porque nunca fuiste la peor.

martes, 25 de octubre de 2011

La pierdiz




Yo nací un día de Abril, en una tarde muy fría, gracias a una cesárea tortuosa.

Yo nací horas después, mi padre llegó de ese viaje a recibirme al hospital, cuando debió haber sido al revés. Yo te recibiré desde arriba primero y te devolveré el favor, papá.

Yo nací así y creo que te vi en el cielo, antes de llegar acá a sufrir la vida, antes de formar parte de la mercancía humana. Eras un ángel, pero con alas.

Yo nací en un tiempo lejano, la vida era bella y el fin del mundo estaba lejos, al igual que tú de mí, ahora.

Yo nací después de nueve largos meses, mi mamá estuvo muy feliz, yo no sabía cómo estarlo, en realidad no sabía cómo sentir.

Yo nací diez días después del coche bomba en aquel banco, mamá nunca cobró ese cheque por mi nacimiento y no sé si sentirme culpable por eso. Es que ahora el dinero significa tanto...

Yo nací alguna vez pero jamás gatié, me contaron que dormía mucho, era todo un soñador más que nada.

Yo nací hace algunos años, lo primero que aprendí fue a suicidarme de los brazos de quien me cargara, me gustaba caer (ahora no tanto caer bien).

Yo nací hace un tiempo, solitario. Comía solo, lloraba solo, soñaba solo, y aún todo esto lo sigo haciendo solo. Estoy solo, creo.

Yo nací entre esos meses, comía maní confitado y veía VHS viejos, lloraba mucho siempre. Hay algunas cosas que nunca cambian.

Yo nací un año y me vistieron de capitán de navío, quizás el sueño de mis padres; mas me dediqué a las letras y los decepcioné doblemente: Nunca seré capitán, y mucho menos seré tan bueno como ellos.

Yo nací muchos años luego de la Independencia, fui libre mientras pude, pero ahora que te recuerdo no hago más que vivir preso de ello.

Yo nací, ahora que Trujillo ya produce buen licor de caña, y yo siempre bebo en su nombre por que lo extraño y te extraño, y siempre fui un extraño a final de cuentas.

Yo nací años antes, después vinimos a Lima y se jodió el Perú, nos jodimos todos. Ahí me convertí en un jodido, les apuesto.

Yo nací en esos lustros, agarré ese libro y no pude dormir. Me prometí algún día escribir algo bonito, es la única promesa que creo que no podré cumplir. Perdónenme.

Yo nací en los años aquellos, temí a la muerte entre los brazos de mi madre, ahora temo perderlos pero no perderme.

Yo me perdí cuando te perdí, y ahora pierdo la vida mas no muero. Soy una pierdiz.

Yo nací una década casi, conocí el amor de la mano de mis abuelos, mas cuando se fueron siendo santos, el amor de este mundo se llevaron. Este mundo era más amable con ellos conmigo.

Yo nací dos décadas más o menos, malo para todo, bueno para nada. Digo que nací un día pero dudo de ello, acaso alguien sabe.

Yo nací años posteriores, el estudio, el orden ,el amor; nada de eso va conmigo. Yo no nací para eso, soy universalmente incompatible, discúlpame.

Yo nací ya mucho, al morir quiero que ustedes carguen mi cajón, hermanos, los quiero mucho; y después crémenme, por si se me antoja levantarme a abrazarlos por última vez y no pueda moverme siquiera.

Yo nací un día y tú no estabas a mi lado, y por eso puedo decir que nací incompleto. No soy perfecto, ya ves.

Yo nací un día pero jamás para tus ojos, yo nací tarde y por eso hoy he sabido que nunca te alcanzaré.


La vida es injusta para los que nacen.




Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo - César Vallejo