domingo, 16 de mayo de 2010

El niño llora


El niño está triste, ¿qué tendrá el niño?. Esa es su parte preferida del poema de quien no se acuerda el autor, solo se acuerda la tristeza. Claro pues , si la tristeza siempre se queda, es una garrapatita que se te trepa y no te suelta en tiempo y cuarto. Pero qué se va hacer, hay que tener los cojones bien puestos para admitir que uno está triste.

El niño se sienta en una banca de aquel parque todas las noches, el condenado me conoce, cada vez que paso por su banca se quiere esconder porque yo una vez le dije que la tristeza era contagiosa. A pesar de todo aveces tenemos pequeñas charlas triviales que son masomenos así:

-¿Por qué estás triste?
-¿Por qué no habría de estarlo?
-Porque esta banca es para uno, no para dos.
-¿Entonces?
-Si te sientas con la tristeza no van a caber los dos.
-¿Eso significa que no estoy triste?
-Eso significa que estás sentado en la banca equivocada.
-Tienes razón.
-A veces. Ah por cierto, la tristeza es contagiosa.
-¿Tú crees?
-No lo creo, lo siento.

Después como que quiere llorar el muchacho y no se suelta, parece que se pega las lágrimitas con cinta skotch a la pupilas o que no ha pagado su abusivo recibo de agua indudablemente (bien, pero bien) potable.

A veces que lo vuelvo a cruzar y está en ese dilema de soltar el llanto o no, le digo que se deje de huevadas y que llore de una vez, porque solo los valientes lloran y no se tapan la cara, porque si te cubres los ojos al llorar se te quedan adentrito las penas y después no salen ni con thinner. Sí señor, hay que llorar bien llorado, hay que jugar bien jugado, y hay que pensar malpensado.

De vez en cuando me pregunto: ¿Qué tristeza tan grande puede tener aquella persona para entristecerse de por sí? Pareciera funcionar como una alarma, se oculta el sol y sale de su casa, se sienta en la banca y se pone triste. Admito que llorar es fácil, pero llorar con sentimiento, eso sí que es difícil. Me preguntarán: ¿Se puede acaso llorar sin sentimiento? Y yo les digo que, si yo no fuera Brad Pitt, no hubiese llorando en tantas películas.

El niño me entristece el día si lo veo llorando, con la cabeza gacha, porque llego en la noche y es mi última impresión del mundo exterior. Me pongo recontra pesimista y pienso que todo se está yendo al carajo porque un ser humano ahí fuera no encuentra consuelo. ¿Tendrá consuelo el muchacho? De eso no estoy seguro, pero de que no le caigo tan espeso sí, eso me di cuenta cuando se cambió a la banca para tres.

Otro día lo veo en las mismas, apenas cruzo el parque ya se puede sentir la tristeza subiendo por los pies, es una neblina apesadumbradora que te va transformando la sonrisa hasta voltearla, ahí recuerdo "Casa tomada" de mi inmortal Cortázar y pienso: Que poco leve es sentir la ficción destruirse ante tus ojos.

Es por eso que no puedo evitar desviar mi camino y preguntarle el por qué nos castiga así con su tristeza (y por qué se cambió de banca).

Me dice que en realidad él no quiere estar triste pero eso es su trabajo, que de eso va a vivir, que está escribiendo un libro acerca de la tristeza y que por eso la conjura por las noches para que le acompañe y le de un par de consejitos que, como usted sabe joven extraño, nunca están de más. No vaya a creer usted que me apena ver tanta gente indiferente nonono, está usted muy equivocado, no vale la pena rasgarse las vestiduras por aquellos jueces de Caifás que critican y quieren ver la paja en ojo ajeno cuando se pasan con la suya en su propia mano. A mi me da igual esos esperpentos, y que me perdone Dios, deberían morir ahogados en su propio orgullo lodoso.

Me parece bueno su discurso y lo aplaudo, casi todo me queda claro menos por qué se cambió a la banca de tres. Me responde en voz muy quieta:

-Estoy esperando a alguien en especial, a una persona.
-De todas maneras debería de sobrarte un espacio, la banca es de tres.
-Te equivocas, la tristeza viene conmigo, a ella no la dejo.
-¿Y se podría saber a quién esperas?
-Al amor de mi vida.
-Largo rato tienes.
-Sí, pero dicen que llega solo ¿no?
-Esperemos que sea cierto.

Los tres sentados en la banca, ella acompañando, nosotros esperando. Pasan diez minutos y nada.

-No viene, ¿qué hacemos?
-Ya sé, hay que hablar de algo.
-¿Qué se te ocurre?
-Literatura infantil.
-Ni a balas, tiene que ser algo que podamos compartir los tres.
No lo pienso dos veces, un foquito se enciende dentro de mí y de mi boca sale sin mi permiso: Hablemos de fútbol.

Todos parecemos de acuerdo y hablamos por horas. Nos entristecemos en complicidad y hacemos promesas incumplibles de clasificación que ni Aladino las creería.

Luego presiento que tal vez él no esté triste sino que yo estoy demasiado feliz. Y ahí me doy cuenta que estas cosas pueden ser peligrosas, sobre todo si la tristeza está presente. Entonces quiero acotar algún argumento inválido para desaparecerme de ahí pero el muy pendeivis lo percibe y se adelanta:

-Creo que no viene porque estás sentada en su sitio.
-Es posible.
-Es mejor que te vayas, pues, mira que me la friegas sin que te haya hecho nada.
-Está bien, niño.
Me paro y cruzo la pista hacia mi casa pensando en que el niño parece jamás perderse ningún partido por televisión y que este parquecito sucio y sus banquitas grafiteadas no serían lo mismo sin el condenado niño y su tristeza que no deja respirar.

-Yo sí lloro por mi fútbol carijo, yo sí lloro por ustedes y no escondo la cara, yo sí lloro pero no me ven, porque ustedes estaban llorando primero.





A......Z