domingo, 4 de julio de 2010

Hace frío


Es una noche jodidamente fría como para escribir. Y uno escribe jodido porque si estuviera alegre escribiría cursilerías y esas cosas que empalagan el cerebro. Cuando uno escribe jodido y con frío pueden pasar muchas cosas. Como interrogarse incoherencias y responderse estupideces. O como pensar que las cosas se van a esfumar porque las relatas. De cualquiera de las dos formas es jodido y estúpido escribir cuando hace frío, porque se te hielan las manos.

Entonces haces todo de manera directa, vas al grano, no pierdes el tiempo. En serio cúanto tiempo has perdido ahí, hombre, te has estado revolcando en el lodo como un chanchito y recién te das cuenta que te agarraron de huevón. O sea uno de por sí ya es huevón, pero que te vengan a bacilar así, tan descaradamente, no pues, no tiene chiste el juego.

Porque todo esto fue un juego, ¿o me vas a decir que nunca lo ha sido?. Vamos, yo sé que siempre nos gustó jugar con fuego. Pero tú estabas con guantes, cojones, me estuviste engañando todo el tiempo mientras mis manitas se ponían negras. Se nos quemó la torta y ahí murió el payaso, ni que te cuento el desenlace.

Que te cuente la miss que porque nos jalaron en Inicial. Porque la historia de amor que escribimos era bien feita. Porque ni tú eras bruja ni yo príncipe. Porque te gustan demasiado las películas de patitos feos y yo me deshago de risa con las comedias románticas de Adam Sandler. Es la dura realidad. Nunca estuvimos hechos el uno para el otro y esas cosas. Deberías dejar de pensar que la vida es un algodón dulce y rosado. No es una clase de advertencia. Es un consejo del pescador del río de enfrente, que te está mirando mientras te intoxicas como un pez.


¿Sabes que en el río hay muchos peces no? Ya sé que el mar hay muchos más, pero el río tiene agua dulce. Esa agua que viene de las venas de mi sierra, esa agua que recorre mi cuerpo y mis entrañas, esa agua que nunca dejaré de beber.
Tú puedes quedarte con el mar, donde los buques derraman su petróleo, donde desencadenan los desagues y se mueren las lágrimas sinceras. No pretendas cambiar lo que está inherente en mí. La arena nunca va a saber tan bien como la tierra. Tenlo por seguro.

Pues todos miramos hacia algún lugar distinto. Lo malo es caminar con los ojos cerrados. No porque puedas tropezarte sino porque tal vez nunca te hayas visto y no sabes quién eres en realidad. Todo el tiempo crees mirar lo verdadero, nada más triste que eso.

Acá nosotros somos bien sencillos, déjame decirte, nos importa poco los algodones, los mares, la arena y los patitos feos. Pero no nos conformamos con poco. Cuando uno se la juega por el otro es capaz de cualquier cosa, hasta de hacerla de payaso si se diera. Somos capaces de todo.

Y si nuestras diferentes miradas se cruzan mientras caminamos en la madrugada, podemos ver el horizonte completo. Abrazarnos y celebrar un gol o una gauchada. Tomar un caldo de gallina o llorar en el hombro del otro, como dos chiquitos que se entienden solo en la tragedia y el llanto insospechado.

Me siento orgulloso porque más que perder, he ganado coraje. Se vienen grandes cosas para mí, lo presiento.

Por un momento quize que seas mi acompañante. Que veas como crezco, como una plantita. Y que seas tú la flor que nazca de todo esto, el fruto perfecto, mi felicidad bonita.

Sigo teniendo frío. Pero, carajo, soy humano. El frío me entosquece las manos, me las vuelve de acero.

Me apena que no hayas agarrado mi salvavidas, quizás todo hubiese sido diferente.




L.