viernes, 1 de julio de 2016

Te dormiste otra vez



El galló cantó. Despertaste en la madrugada y preguntaste: ¿qué soy?. Tenías la garganta seca y ese dolor de pecho que, por las noches, a veces lo hace saltar a uno de la cama y comenzar a temblar, pero no de frío. Otra vez ese mismo sueño, piensas: ¿cuántas veces más?. No sé, últimamente no sé nada, llevo meses perdido y divagando, cual botella de plástico en el océano: no sabes a dónde irás a parar, pero tampoco te importa. ¿Habrá sentido alguna vez algo así?, te preguntas; sin embargo, siempre las preguntas a esa hora son un innecesario diálogo con el silencio. "Qué cursi, carajo", te dice una voz dentro de tí. Miras al techo. Sí, hace un frío de mierda. Te cubres con la colcha y no puedes dormir.

Otra vez has dejado el televisor prendido y en la pantalla titilea -en pausa- tu juego favorito: te dormiste en la parte más interesante. Suele pasar. Son cosas de la edad. Antes, dormías tres horas no más e ibas entero a dictar cuatro clases seguidas, como un vendaval. Después, venías durmiendo como un búho en el micro, con la cabeza colgando, pero eso ya era más por costumbre que por cansancio. Extrañas las cosas extrañas. De hecho. Ya no eres el mismo. Tal vez has desarrollado una especie de afección por los pequeños elementos que te va desintegrando el sentimiento de a pocos. Así, vas coleccionando detalles minúsculos que se te van clavando como astillitas en el corazón y que ahora forman parte de ti. No te miró, no te habló, no te saludó, no vino, no sabe que estás ahí, no te saca el rastro. No le has ganado a nadie, ni en la play. Ya duerme, mierda. La voz de tu sentido de la responsabilidad cada vez es más grosera, pero le atina, vaya a saber cómo. No eres nadie, no has sabido ganarte a nadie, por eso esa cama te queda grande todas las noches.

Nuevamente ese sueño acojonante. Estás caminando por la playa y aparece ella de espaldas, clavada en la arena como un espantapájaros, como esperando a que suba la marea. Bella, vas, le hablas, ¿quién eres?, no se acuerda de ti, das media vuelta y te vas por donde viniste: qué palta. Se repite la misma escena en distintos parajes, a veces es un centro comercial, mientras hace su cola en Metro para comprar los 3x2 de esos productos que no va a consumir sino todavía dentro de un mes, como mínimo. Repites el mismo proceso y nada, como si ya todo estuviera programado dentro de tu cerebro. Otras, está esperando su bus, caminas hacia la estación y ni se da cuenta que estás ahí, le preguntas algo y te desconoce. En algunas variaciones, si somos exquisitos, hasta huye corriendo al ver tu cara. Al menos esta vez no fue así, piensas. Ya está, eres un fantasma, ¿no te das cuenta?, desahuévate. Entonces despiertas en el acto y siempre el mismo resultado: lágrimas, confusión y un frío de mierda congelando los pies y todo. No te dejas dormir.

En casos más extraños estás en una mesa de ese restaurante caro que probablemente le podría gustar. Observas el reloj de tu muñeca y sigues esperando a que llegue para pedir la carta y tratar de impresionarla con su plato favorito, lo que ya has averigüado y te hace sentir orgulloso. De pronto, llega relampagueante y llama al mozo, sin saludarte. "Tráeme esto y lo otro, con un poquito de esta crema y con este trago para digerir". Una diosa de la memoria, ¿solo para lo que le conviene?. "Y tú, ¿quién eres?". Estoy esperando a alguien, te dice, así que por favor. Inmediatamente lo entiendes: para ella no eres alguien, eres nadie. "Eso es algo al menos, ¿no?, al menos 'soy'. A nada...". Pinche conformista, ni sabes lo que vales, mereces lo que te pasa.

Todo esto es nada a comparación de cuando este repitente sueño se convierte en pesadilla. Aquellas veces te quedas mirando el techo toda la noche, espantado, tratando de recrear algunas de esas escenas que se trabajaron en tu mente como un film por varias noches. Mientras, te aferras a tus sábanas de una forma increíble y solo dejas ver tus ojos tras ellas. Esas ocasiones no la percibes y es ella quien viene hacia a ti. "Tranquilo, no pasa nada, todo va a estar bien". Estallas en llanto y hay abrazos, pero en el fondo sabes que todo es un engaño. "Estoy aquí, ¿no era lo que querías?. Vamos, cambia esa cara, no seas tonto". Te habla como si te conociera, como si supiera que estuviste esperándola, pero en el fondo sabes que no conoce nada. No importa, en ese momento eres feliz, lo que el sueño dure, al menos. Luego, despiertas asustado, sabes que todo es mentira. Esos sueños son los peores, una estafa mental de aquellas. De verdad, piensas, ojalá pudieras arrancar de los sueños a ciertas personas. Vaya pa' allá, tremendo masoquista me saliste.

De tanto soñar los detalles, a veces hasta llegas a diversas conclusiones sobre qué eres. Planteas varias hipótesis. Eres aquel mensaje de texto que te envía una vez al día, cuando se olvida de olvidarse de ti. También, eres el chicle que, incómodo en su boca, no sabe dónde pegar para dejar de masticarlo, porque ya se hartó. Además, los diez centavos que olvida en caja cada vez que va a Metro y por los que nunca va a reclamar. Más claro, el papel de regalo que guardó, solo porsiacaso -ya sabes- tenga alguna emergencia y no haya con qué cubrir un obsequio barato para una fiesta. Casi, definitivamente, el desconocido que llegó para ser eso, un desconocido. Encontraste tu lugar en el mundo, debajo de su taco. Tremendo sonso, eres.

Sabes que siempre seguirás pensando en lo que pudo ser, te atormentará ese futuro imposible. Mientras eso pase, envejecerás, te quedarás dormido, dejarás la televisión prendida, la soñarás de nuevo por enésima vez y seguirás teniendo el mismo frío de mierda. La cama seguirá quedando grande, esa mesa nunca será para dos y tampoco te saludará en la estación. No importa, te gustan los finales tristes y así está bien. Te gustaron sus mentiras, compadre. Acéptalo de una vez, no seas nena.

No siempre se gana, pero vaya que le has cogido el gustito a perder. Héroe sin capa, aquellas derrotas te encantan y son tu especialidad, ¿o me vas a decir que no es así?

Aunque eso tampoco lo sabes, claro, pero seguro que lo soñaste alguna vez...




No quiero soñar mil veces las mismas cosas, 
quiero que me trates, 
suavemente.