martes, 9 de agosto de 2011

Cuando la vida es un trago amargo

Junio


Te estoy contando que estudio Literatura en una universidad de la capital y te cagas de risa tiernamente, como sin querer queriendo. No es la primera vez que me pasa, te cuento, ya estoy acostumbrado a recibir ese tipo de reacción que, al contrario de ofenderme, me halaga en su totalidad. Me pides perdón. No es necesario te digo, lo único necesario en esta vida es sonreír, y si te has reído de mi carrera universitaria me puedo sentir contento, al menos por esta noche.

Quieres saber mi edad. Pues si hablamos de edades es porque te importa demasiado el tiempo, puedo predecirlo aunque no me lo digas. A mí no me importa mucho, la verdad. Puedo tener quince o veinte años y eso no va a variar mucho las cosas que hago. Uno no elige cuánta edad tener y esas cosas, yo solo sé que tengo diecinueve y que no es mi culpa.

Acá en el norte las cosas son muy diferentes, me cuentas. Todos somos como que muy alegres, nos alegramos de todo a veces, hasta cuando conocemos extraños (y me mira fijo). La otra noche tus amigos de la universidad se fueron a la zona rosa en una camioneta vieja,me cuentas, todos escondidos en la tolva, tapados por una frazada vieja de Gokú. Manejaba tu enamorado, bueno, tu ex-enamorado en estos momentos, y que sí, no lo puedes negar, que lo has querido mucho en su tiempo pero que eso ya es otra historia, que por eso estás en esta fiesta, para celebrar tu libertad recuperada, que no es más que el despedazo de tu soledad malgastada. (Pero eso no lo dices)

Y así de alegre me preguntas qué pienso hacer por la vida. Yo digo que nada, nada que me vaya a hacer rico, nada que me ayude a conquistarte, tampoco. Te ríes cojonudamente, has pillado el chiste con un sarcasmo elegante. En serio, pues. Y yo te digo que ya sé que parezco un farsante, pero que deberías creerme al menos un poquito. Me has respondido con otra sonrisa, y entonces yo en mis más oscuros pensamientos pretendo que nos estamos llevando muy bien.

La casa, esta, es muy grande; sin embargo, nos ha quedado chica. Hemos llegado tarde, mi primo y unos amigos nos detuvimos unos minutos a comprar un buen par de rones añejos para justificar nuestra presencia. No obstante, sin darnos cuenta nos vimos abriendo un par de latas para matar la sed y de pronto, inevitablemente rotando una caja de cerveza en la misma tienda para verificar si el licor que expendían era de buena calidad y no nos fuera a envenenar.

Nadamos algunas horas en cerveza antes de que los demás invitados nos madrugen con saludos borrachosos. El dueño viene ahora hacia nosotros y nos abraza con una fraternidad única, luego nos pide de todo corazón que no seamos carepalos y que, aunque sea, bailemos un ratito, en lugar de estar parados como árboles succionando todo el licor de la fiesta, con nuestras raíces que tendimos en este pequeñejo rincón de la casa desde que llegamos.

Es en ese momento que todos nos separamos graciosamente, previo acuerdo, y algunos se van haciendo los locos por ahí, caminando como hormiguitas. Mi primo, por su parte, se dirige a la tienda por quinta vez en la noche, mientras que yo me alejo del bullicio, como un llanero solitario, y me siento en el patio a conversar con el jardín y las colillas de cigarro, porque simplemente no puedo conmigo mismo.

No era una estrella sino tú, te digo, lo que brillaba tanto y me hizo voltear la mirada. No es para tanto, me dices, vaya a creerte alguien tus mentiras, y me mira con una cara de agradecimiento muy peculiar. Yo no puedo mentir sobre estas cosas, te digo, son simplemente realidad. Está bien, me contestas, solo no exageres, es lo único que te pido. Habías caminado hacia mí como una revelación, y me habías preguntado si era de aquí (del norte), también.

Sin lugar a duda ese vestido es deslumbrante, y su sonrisa tan bonita que me pondría a dibujarla ahorita mismo, pero con las justas sé escribir, y mal. Eso planeo decirle pero, demonios, han puesto una canción muy de moda y no bailar se vería muy cojudo de mi parte. Así que me toma de la mano y me introduce en ese ambiente de humo y perdición, en el cual no identifico a mis amigos ni a mi primo, y quizás ni a mi mismo.

Entonces, te estoy contando que estudio Literatura en una universidad de la capital y todas esas huevadas para intentar caerte bien. Ahora, estoy bailando como un mono esquizofrénico, esta música de discoteca venida a menos, mientras tú te deslizas como una gacela en la pista de baile imponiendo respeto. Yo doy vergüenza ajena , lo sé, pero no importa, a estas alturas de la noche puede que ya no me indigne nada más que perderte el rastro, tanto a que se burlen de mí.

Después de una hora me estás diciendo que estás cansada, que vas con tus amigas un rato. No tienes por qué pedirme permiso, te digo, no seas tonto me respondes, si puedes tráeme un trago, por favor. Y yo, a sus órdenes princesa, con una voz cachosa que te roba una sonrisa mágicamente, como cada cosa que digo y se me escapa.

Y yo que busco a mis amigos y a mi primo entre las sombras, pero no los hallo. Me han dicho por ahí que se fueron a comprar todos, y yo creo que es posible que se hayan quedado tomando allá. Entro a la cocina y el dueño se pone a llorar en mi hombro. Tranquilo hombre, le digo, no hay mal que dure cien años, y me regala una cerveza. Eres sabio, me dice, pero no sé quién mierda eres.
No te preocupes, que al final nadie sabe quién es, le respondo, pero es muy tarde y está vomitando en el lavadero.

Salgo con la cerveza en mano y ahora la busco a ella, veo entre sus amigas pero no está. Tal vez está en el baño, pienso, y me siento por ahí a esperar que aparezca. Aprovecho el momento para buscar a mis conocidos, mas no están por ninguna parte, tampoco. Han puesto una canción estruendosa, una cumbia del momento que provoca que mis pies se muevan solos. Me aguanto las ganas de hacer mis payasadas y comienzo a observar a la gente que baila. Y ahí la veo, con quien quizás sea el mismo Jhon Kelvin en persona, y me parece graciosa la escena pues estoy viendo la bella y la bestia por segunda vez en mi vida. Ella es espectacular, vaya que sí.

Y conversan, parecen recién conocerse también. Y él le cuenta al oído que estudia una ingenería muy extraña, que le dará mucho dinero convirtiendo las piedras en oro, y que viene de la capital a estudiar aquí porque le aburre la ciudad, que tiene más de veinte, de hecho. Mas de pronto la toma de la cintura y la hace girar como un trompo, se asoma a ella con malicia e invade su aliento, la atrapa con esos brazos tramposos, y la besa locamente, casi obligándola.

Me aterro y planeo ir a defenderla de aquel tipejo arrecho, pero ella lo toma del rostro y lo besa más apasionadamente de lo que me pude imaginar, tanto así que hasta el sujeto parece sorprendido.

Yo observo la escena aterrado, como un baboso y me convenzo que ser bueno y sincero no te lleva a ningún lado. Yo no entiendo aún por qué no puedo desalojar ese espíritu de perdedor y de poco egoísta que vive dentro de mí, y pienso que soy muy inocente para mi edad porque todavía sigo creyendo en las personas.

Abro la botella y comienzo a beber de a pico. Me siento en un rincón y nadie vuelve aún, quizás nunca vuelvan. Pero ya no me preocupa nada, hay golpes en la vida, tan fuertes yo no sé. Estoy solo y decepcionado, y así como este jardín, también me siento pisoteado, pero en el alma.

Entonces miro las flores y me parece que son hermosas (deben ser artificiales, también). Yo quisiera que a mí me entierren en un lugar así, pienso, luego agacho la cabeza y me duermo como un topo.

Ya ni sé si lo que amarga mi corazón es la cerveza o quizás la vida misma...



La vida te de sorpresas, sorpresas te da la vida. - Rubén Blades



T.