lunes, 10 de agosto de 2009

Mi mejor maestro


Yo conocí a Pluto cuando tenía más o menos 12 años y estaba de vacaciones. Era un niño (sigo siéndolo) con bastante sentido del humor, algo pequeño pero de corazón grande quizás. Esas vacaciones de verano fueron épocas en que comencé a conocer la vida: Por las mañanas, me divertía viendo a las superpoderosas, a la vaca y el pollito, pokémon y toda otra sandez que buenamente nos ofrecía Cartoon Network. Por las tardes, mis padres me expulsaban de mi casa alegando que era un vago incurable y profesional (no los contradigo) y me conminaban a que realizase algún tipo de actividad que la gente normal hacía, ya sea manejar bicicleta o hacer amiguitos en el barrio, todo parecía excusable para ellos con tal de tenerme fuera de su vista un par de horas, estoy seguro que para ellos era un alivio inigualable el no verme,el creer por un momento que no existía. Por las noches, veía Mil Oficios y me convencía de vez en cuando de que la vida podía ser bonita, me reía sin control con las ocurrencias de Memo y de Lalo, me identificaba tanto con sus inexplicables aventuras que innumerables veces les hacía un gesto de complicidad con la mano mientras sonreía, nunca volví a ver la vida ni la televisión como antes.

No fue así como aprendí a vivir, nunca lo logré ni lo lograré, pero puedo sentirme un poco más cerca de un intento cada vez que lo veo caminando por las calles a él, a Pluto. Él ha sido mi mejor maestro aunque nunca me haya dicho una palabra, él me enseñó que a veces una mirada o un silencio pueden decir mucho más que cualquier cosa. Yo lo veía caminando por las tardes y por las noches, siempre solo, admiraba su soledad y su paciencia, su paciencia y su tranquilidad, su tranquilidad y su sosiego, esa calma que me daba el verlo caminar solo por el parque o por los barrios vecinos. Parecía saberlo todo, a pesar de que caminaba por largas horas nunca se cansaba, nunca se perdía ni pedía ayuda, no le gustaba molestar preguntando a la gente y eso era admirable para mí, siempre tan sencillo, Pluto.

Debo admitir que nuestro primer encuentro no fue para nada amigable, me habían obligado a comprar pan muy temprano y estaba muy fastidiado, con un humor de perro podría decirse, yo no sabía que él vivía en esa casa, caminaba enfurecido apretando la bolsa de pan y entonces ocurrió, se reventó la bolsa y se me cayeron todos los panes, mientras los recogía disimuladamente para no recibir el castigo de mi vida él se paró en su puerta y me miró fijo, con una mirada severa y castigadora pero a la vez reflexiva, lo odié por darse esa confianza para conmigo y le tiré un pan sucio como para provocarlo. Corrí hacia mi casa y les conté la verdad a mis padres, no me castigaron pero me obligaron a comprar el pan con mi propina (que no me daban) y me las tuve que ingeniar para conseguirlos. De regreso estaba muy arrepentido, pasé por su casa y no lo encontré, tampoco al pan. Fue la primera lección que recibí, aprender a perdonar.

De ahí podría contar innumerables leyendas acerca de él, que no se sabe cuántos años tiene exactamente ni donde nació, que aveces aparece por las noches intentando entrar a las casas pero nunca lo hace, que es tan sencillo que no necesita dinero para vivir, que no se le conoce pareja alguna y que vive más feliz que cualquiera de los vecinos, aparentemente no conoce el amor, pero nadie sabe más que él, de eso estoy seguro.

Siempre sentí curiosidad por saber su nombre, por aquellos tiempos lo había visto un par de veces por ahí pero nunca me había atrevido a hablarle, temía que no me diera la respuesta que esperaba, con el tiempo entendí que no me lo dijo porque no era necesario, los nombres son etiquetas puestas para reconocer objetos y él nunca se sintió como uno de ellos, tardé varios años en comprenderlo, en entender que debo aprender a ser más persona y aprender a moderar mis palabras. Fue otra lección que aprendí de él.

No obstante, sí tenía un nombre, y no me vendría de enterar de ello hasta los 15 o 14 años, una tarde de almuerzo con mis padres, en las que solían citar mal ejemplos para escarmentarnos a mi y a mi hermano, como advirtiéndonos de lo que nos esperaba si nos atrevíamos a ser más libres de lo que ellos quisieran que seamos. Empezaron a comentar acerca de alguien que se iba de su hogar sin avisar y no volvía si no hasta después de varios días, que se dedicaba a caminar y rebuscar bolsas de basura para sacar algo provechoso de ellas, dejando tal vez desorden, pero saciando su sed de curiosidad. Pregunté interesado de quién se trataba, quién era aquel del que tanto hablaban, me dijeron que se llamaba Pluto y vivía a un par de casas de la nuestra, que de seguro lo había visto mientras caminaba por el parque y que tuviera mucho cuidado. Yo lo reconocí inmediatamente, propuse que no tenían derecho a hablar de él de aquella manera, que no se lo merecía, y entonces me fui de la mesa intempestivamente haciendo vibrar todos los vasos.

Hubo muchos episodios iguales en la misma mesa de la cocina, con los mismos personajes y los mismos temas, mismos resultados y mismas discusiones, yo renegando y no comprendiendo el por qué tenían que verlo de esa manera, como si se tratase de un perro.

Han pasado los años y lo sigo viendo, por lo menos dos o tres veces a la semana, durante todo este tiempo me ha enseñado cosas que jamás pensé aprender y entender, solo su sabia mirada suele decirme qué es lo correcto y que debo evitar, qué me hace daño y cuando debo dejar de vivir corriendo y darme un espacio para pensar a su lado, pues él siempre viene cuando lo llamo, aunque nunca me salude.

Me siento muy honrado de haberlo conocido, cada vez que pienso que me ha ayudado a entender la vida no puedo evitar una sonrisa de mi rostro escapándose, sobre todo cuando estoy con otras personas y me preguntan de qué libro he sacado aquel pensamiento o quién me la ha dado a conocer. Yo sonrío porque no me creerían si se los digo, y sonrío también porque hoy hemos cenado pollo a la brasa y eso siempre es una buena noticia para él. Sonrío porque él me enseñó a hacerlo y sé que no se ha equivocado. Sonrío porque hoy en la noche, cuando todos se hallan dormido, menos él y yo, saldré sigilosamente de mi casa y le llevaré una gran bolsa de huesos y no me mirará con cara de perro por darle las sobras, porque él me enseño a ser agradecido y sabe que lo hago de todo corazón. Sonrío porque empieza a mover la cola y se deja acariciar suavemente mientras come.

En momentos como esos suelo darme cuenta que me hubiese gustado ser un perro y que el carro de mi papá y, mi vida en especial, dependen totalmente de él.

No hay comentarios: