martes, 28 de abril de 2015

Por no ver quién llegaba


Resulta curioso que justo cada abril me regrese la valentía de sentarme a escribir y espantar todos esos fantasmas que me dicen que, de una vez, incendie mis escritos para no dejar huella cuando me llegue la hora de decirle adiós a este mundo de narcotraficantes de sentimientos, modelos del vacío mismo e individuos infectados por la doble moral.

No obstante, lo que quería contar no tiene nada que ver con mi incapacidad para escribir textos interesantes. En realidad, el germen de este relato nace de una mera casualidad, al igual que muchas situaciones en esta vida.

Como todo buen o mal recuerdo, parte de una canción. La otra vez escuchaba a Soda Stereo y recordaba mi primer concierto tributo al que asistí, mientras rememoraba las letras del disco Sueño Stereo, me preguntaba qué había sido de un amigo que, de la nada, se borró del mapa y que, hasta la fecha, no sé que le habrá ocurrido, porque se esfumó así sin más, cual abducción alienígena. Andaba con esa idea en la cabeza, ¿qué motivos desconocidos pueden llevar a una persona a alejarse de tu vida o alejarte de la suya? No me cuadró ninguna de las teorías que me planteaba y simplemente cerré el libro de mis pensamientos, hay respuestas que nunca serán respondidas, pensé.

Pasaron unos días y ya casi me había olvidado del tema, andaba pensando en asuntos laborales y libros para la tesis cuando subí a un autobús y, para variar, no había asiento, así que tuve que andar aferrado a los andariveles del bus, como un mono en sus lianas de esta selva, llamada Lima. Después de estar varios minutos ahí confundido entre votantes de Castañeda, me percaté que un personaje que estaba frente mío se prestaba a hacer una llamada telefónica con su celular a una de estas empresas estafadoras que monopolizan nuestras telecomunicaciones. El sujeto hablaba y se prestaba a hacer un trámite (a la gente le gusta estafarse solita) y, como requisito, le pedían que dé su nombre completo, detalle que oí apenas, entre los aullidos de alguna cantante de una radio caribeña, y que hizo que se agudizara mi sentido auditivo. Esta persona era nada menos que el hermano de aquel amigo que perdí, lo supe porque reconocí inmediatamente su peculiar apellido. Entonces, los fantasmas volvieron y el acertijo atormentó mi mente otra vez: habría que encontrarle alguna explicación a lo sucedido.

Volví a barajar años pasados cuando, la casualidad como siempre, nos reunió en circunstancias inesperadas. En aquel cumpleaños de nuestra amiga en común, que ya no es más mi amiga (¿seguirá siendo de ti?) y que ya daba muestras de su verdadera naturaleza superficial y convenida. Recuerdo que nos aplastaba el aburrimiento a todos los que ella ignoraba, como una colilla de cigarro pisada (mira que invitar a alguien a tu fiesta solo para recibir su regalo y luego dejarlo de lado es de mala educación), éramos un gremio de invitados disconformes con la actitud de esta dama que, sin serlo, se daba aires de grandeza por poseer una casa bonita con un par de cuadros bambas comprados a tricicleros. Los aburridos del rincón decidimos entonces, por decisión unánime, terminarnos los tragos que buenamente habíamos llevado como ofrenda para la invitada y así, de alguna manera, sacarnos el clavo del mal rato que veníamos pasando. Cuando el alcohol se terminó, el ambiente se enturbió y la disconformidad estaba a flor de piel, no faltaba el desadaptado que quería tumbar la fiesta o el que ya estaba devolviendo su cena en alguna de las macetas de aquella terraza. En ese momento, Sé (por ahí iba su nombre) se abrió entre el tumulto y contestó su celular, Sé se había mostrado como una persona muy sociable, con un oído fino para los chistes y con una actitud envidiable de sacarle el dedo medio a todo lo que no le parecía, a su buen criterio. Regresó y nos hizo un gesto para que nos acerquemos y luego decirnos a mi y a mi amigo que me acompañaba ese día: "Vámonos de este lugar de mierda, déjala que se pudra con su tono de universitarias y universitarios aguantados, vamos por un buen par de chelas a otro lugar". Recuerdo que asentimos con la cabeza ambos y nos fuimos los tres, sin siquiera despedirnos, de aquella guarida de la farsa a la que nunca volvería otra vez, hasta la fecha.

Llegamos a esa disco de medio pelo (y ahora voy recordando), nos contó que su hermano se encargaba del marketing de aquel lugar (claro, el mismo al que estaban estafando por celular en el bus) y que podíamos pasar gratis (uno ya era humilde en aquellos tiempos, donde las monedas escaseaban y pagar una entrada como esas dolía) con tan solo una indicación de él. Ya adentro, fue directo a la barra y, tras saludar a mucha gente del lugar, nos unió a un grupo de sus amistades y nos puso unas cervezas bien heladas. Así fue como, entre conversaciones varias, nos hicimos patas.

Después de aquella vez, nos volvimos a reunir con otras amistades de su entorno en otras oportunidades. Yo siempre era bien recibido, pese a que a veces solo llegaba con mi pasaje en la mano y con un nudo en la garganta cuando me pedían para la chancha: "No tengo, compadrito". Sé, siempre se hacía cargo y apadrinaba a diestra y siniestra, movía a su gente con criterio, pero con mucho respeto, trataba de darle lo mejor a todos y eso es lo que yo valoraba, nadie se quedaba nunca fuera de su vista, era como un halcón que estaba en todas.

No obstante, los buenos tiempos no podían durar para siempre, así fue que su hermano decidió despedirse de esa disco (que de vez en cuando todavía trae a algún desubicado de la tele) y poco a poco dejamos de ser visitantes asiduos de ese lugar. Sé, además, comenzó a pasar por una etapa difícil de su vida, tuvo que dejar de estudiar para ponerse a trabajar en una tienda donde vendía ternos usados como si fueran nuevos: "Los dueños son la cagada", me decía, "no me sorprendería si me entero que algunas de estas telas se la sacaron a algunos finados y vienen directamente importadas de algún cementerio local". Se reía y se quejaba: "Estamos en un país de mierda, todos nos preocupamos por querer ser más vivos que el otro, pero no nos preocupamos por la gente que de verdad nos quiere". Y cerraba: "A mi dame para vender cualquier cosa y te la vendo, ternos, zapatillas, hamburguesas, lo que sea, pero lo que no venderé nunca son mis sueños y mi conciencia". De vez en cuando te las pegabas de filósofo popular, mi estimado Sé, ahora lo sé.

Todavía recuerdo que, cuando te conté que estudiaba Literatura, me dijiste que pensabas que era un loco de los cojones y que me creías un valiente entre un mundo de personas que no se atrevía a hacer lo que de verdad quería. A veces soltabas: "La gente se orina en los pantalones, compadre, prefieren hacer cualquier cosa que les dé billete antes que luchar por su felicidad, por eso todo el mundo vive a la defensiva, resentidos consigo mismos". Yo a veces le daba la razón, pero no me gustaba recibir muy a menudo esos halagos alentadores porque nunca sentí que yo fuera lo máximo. Recuerdo esa vez que me mostraste tu pequeño blog, con algunos pequeños fragmentos de reflexiones, todas muy bien cuidadas en el sentido y con muchas frases que dejaban mucho para pensar, no te importaba manejar una ortografía del carajo porque sabías lo que decías, y eso era el verdadero sentido de escribir para ti: "Sé muy bien lo que digo, pero no siempre se lo digo a quién debería, ese es mi problema". De ahí, aprendí a que uno nunca debe guardarse palabras frente a las personas que de verdad le importan, ya sea para bien o para mal. Ahora que hace un tiempo ya terminé la carrera y todo, de vez en cuando recuerdo tu amistad como un aliento ante la difícil decisión de dedicarme al mundo de las letras, que enfrentaba en aquellos años.

Y hablando de casualidades, recuerdo que las últimas veces solo nos cruzábamos por mera coincidencia: en algún centro comercial, en la estación del bus, en algún viejo bar. Conversábamos poco y el hola y chau era recurrente, debido a cómo se daban las situaciones.

A pesar de todo, la última oportunidad que nos vimos fue cuando asistí a aquel tributo del que hablé al comienzo. Fui solo, como de costumbre, y mientras caminaba confundido entre la gente, en búsqueda de una cerveza, escuché un silbido que me hizo voltear la cabeza casi de inmediato. Era el Sé, en la platea, con una mesa reservada junto a otras amistades. Me invitó a subir, compramos unas jarras de Pilsen y calentamos la garganta para lo que fue una noche tremenda coreando los temas de Soda. En los descansos me ibas contando detalles aislados de cómo te iba, que te mandabas muy en serio con tu chica pero que ella era muy celosa, que ya habías regresado por fin a estudiar al instituto, que ya no podías salir como antes porque ella tomaba cualquier detalle como excusa para discutir, que cada vez tenías menos amigos, que extrañabas los viejos tiempos pero que ya era momento de sentar cabeza con ella, porque, de hecho, la querías de verdad y era tu presente - futuro. Admiraba esa determinación tuya, Sé, pero debo admitir que me di cuenta que en el fondo escondía algo de tristeza, cierta de resignación por no poder ser como querías. Cuando salimos todos del local recuerdo que me dijiste: "Faltó que toque 'Planta', ya será para el próximo tributo, mi hermano". Entonces estrechamos manos por última vez (sin saberlo) y yo fui derechito a mi casa a volver a escuchar mis discos de Soda uno por uno nuevamente, porque la canción que dijiste era una que todavía no me había aprendido de memoria (si vieras lo ceratiano que soy ahora, seguro entraríamos en uno de esos debates extraños sobre sus canciones). Quién iba a pensar que el año pasado Gus se nos iba a ir luego de tanta agonía, Sé, supongo que ambos sufrimos la pérdida de nuestro cantante favorito a la distancia, inmersos en la tristeza.

Lo último que me enteré es que esa noche habías cambiado una visita a tu enamorada por volver a corear las canciones de Soda en ese bar antiguo y maloliente. Uniendo cabos, llego a la posible resolución de que ella supo del asunto y se indignó tanto que te obligó a borrarnos a todos de las redes sociales y de tu vida (aunque seguramente lo hizo ella misma, creo que alguna vez me mencionaste que tenía todas tus claves para espiarte). Lástima que, tarde o temprano, al parecer uno termina siempre vencido por esta ciudad maldita; y así, ya sea por amor o por odio, pude verificar que nadie esta libre de perder a un amigo o un ser querido para siempre, aunque uno no haya hecho nada malo para merecerlo.

Entre los amigos que perdí, que seguramente son muchos, pocos son los que pude despedir por última vez. A todos ellos, más a los que nunca volví a ver, los recuerdo con nostalgia, por las lecciones que me dejaron y más por las que compartimos. 

Solo espero que recuerdes que, allá donde estés, más feliz o triste que antes, un viejo amigo te recuerda, cada vez que Cerati suena en alguna parte.


Sé feliz.



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