martes, 13 de agosto de 2013

La torpe manía de pensar


2012

Entonces he llegado aquí, con las mismas ganas de ser alguien. Soy el mismo distraído en este bar de mala muerte, de mala vida y suerte. Acá es donde muchos venimos a buscar la oscuridad necesaria, donde estamos quienes creemos en las viejas épocas, o en aquella frase que dice: "Todo tiempo pasado siempre fue mejor". Puede que no seamos nada más que una mancha de borrachos que se encuentran para cantar canciones desconocidas, o para acentuar las penas con bandas y grupos que nadie conoce (excepto nosotros). Porque obviamente nadie nos conoce tampoco: Somos una tiniebla de anónimos que invaden los bares, de vez en cuando.

Yo no sé qué sería de la vida si todo fuera feliz, quizás uno no vendría abandonado por aquí y se sentaría en una mesa vacía a tomarse una cerveza a solas. Claro que no. Hoy todos están tristes y solos, y nadie se conoce y nadie quiere saber nada de nadie y yo creo que fue una mala idea venir a este sitio, donde nadie nunca quiere acompañarme, porque dicen que es un lugar frío y maldito, así como yo.

Les pregunto si desean acompañarme, ¿adónde? me preguntan, a ese lugar ni a balas. Todos se niegan al oír dónde, que está muy lejos, que es muy sucio, que una persona normal no iría para allá. Creo que vivimos cargados de estereotipos inútiles que nos condenan y encadenan innecesariamente. No se te puede congelar más el alma, no temas. Eso les digo en mi mente pero sé que sería en vano porque la compañía no se ruega, se pregunta y se regala, se comparte bonito. Y como nadie quiere ir y venir, porque la flojera es grande en este mundo (y la indiferencia aun más), yo voy solo.Y salgo de mi casa pensando en muchas cosas y a la vez en nada. Y a veces, no sé, me gustaría encontrarte en la puerta del departamento esperándome con una cara de plato y diciendo está bien , vamos, todo porque cuando tomas sueltas frases tontas y alguno que otro comentario caguederisa. Vamos, vamos de una vez, que hace un frío cojonudo.

Y nos vamos de una vez, porque ya anochece y estás con apuro. Yo también me apuro porque cuando la noche cae la gente se transforma, se ven las verdaderas caras y ahí es cuando me asusto más, huyo rápidamente. Ahí es cuando uno decide esconderse en estos bares, donde todos son como son y no hay monstruos ni políticos, sino personas que solo buscan alejarse del bullicio terrible de esta ciudad pendenciera, que nos acorrala con sus luces rotas.

¿Sabes?, te comento, si las personas bebieran más y mintieran menos este sería un mundo mejor. Lógicamente no me crees, es evidente que solo me sigues la corriente porque sabes que soy un hombre resentido y que, por supuesto, cualquier motivo es pretexto para resentirme. Esa suele ser mi filosofía, ¿una forma de ser sensible y percibir el mundo? Dejarse herir por todo, tan peligroso como gratificante.

Esta noche puedo ser el loco que habla solo, pero sabe que lo escuchan. No es necesario que te crean siempre lo que dices, a veces lo único que reconforta es que alguien al menos está ahí. Nos podemos sentar en esa mesa sucia para hablar de los temas más limpios, o viceversa. Tú sabes que al final lo único que importa es la comunicación. Y claro, problemas van y vienen, al igual que las botellas, las personas y las canciones. Te das cuenta que todo puede ser tan efímero, ¿no lo viste antes? Pues sí, la música y los cuadros, mala combinación. Casi como ron y vodka, pero nada tan lindo como una cerveza. No ves el punto, ¿no es así? A nosotros nos gusta los lugares feos porque sacan lo más bonito de nosotros, y sí, aquí nadie juzga a nadie, todos somos hechos del mismo barro (y nadie le echa barro a nadie, dicho sea de paso). Es una convivencia tóxicamente sana entre seres incompatibles y solitarios.

Me preguntarás entonces, para romper el hielo, cómo fue que llegué aquí por primera vez. Mi respuesta no dejará de ser sosa y gráfica: Caí de casualidad, te diré, así como se caen los huevos de las palomas de los árboles, así. Y desde entonces regreso, porque es un buen reposo para mis penas, porque aquí la tristeza es un bien común que solo pocos sabemos apreciar (y despreciar).

Entonces sonreirás, como si hubieras dejado de escucharme hace rato porque sabes que a veces hablo hasta por los codos. Y de pronto las miradas se irán perdiendo por el humo del Marlboro que agoniza entre tus dedos, como pidiendo auxilio. Toseré un poco por la humareda y tras esa cortina sé que estarás al frente, aguantando mis malos ratos y mi gran pesimismo, que suele ser contagioso (y venenoso). ¿Sabes? Quizás nadie me conozca como tú, y eso me da miedo, porque si un día estoy por ahí pateando latas es probable de que tú sepas qué marcas pateo con más odio que otras.

Y en verdad, sé que hasta vendrías y las patearías conmigo, si fueras algo más que solo un efímero constructo de mi imaginación, cada vez que el alcohol me hace pensar.

Al final sé que solo soy yo con estas botellas, quienes mal que bien siempre han estado en las buenas y malas. Entonces, en serio no tendría nada de sentido que esté aquí otra vez, con las mismas ganas de ser alguien, y de no ser el tipo que solo se distrae con la idea de que vienes,
de que vienes,
vienes,
mientras me doy cuenta
que en realidad te vas.

Cada vez que pienso estás cerca,
solo doy otro paso hacia atrás...

1 comentario:

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.